Hay un parque que crece hacia arriba. Es fino y frágil como el tallo de una hierba o fuerte y macizo cuando toma la forma de un árbol. Su altura es la columna de un templo que conecta la tierra con el cielo. La altura tiene pocos días o, tal vez, siglos.

Hay un parque que crece en horizontal. Se ramifica en caminos y senderos trazados por la rutina y la necesidad. Los niños juegan, los padres giran en círculos. Los ancianos ven pasar esos senderos. Debajo de un parque hay otros parques.

Hay un parque que crece hacia adentro. Las capas de hollín se pegan en los anillos de los árboles. Sus monumentos brillan hasta que se corroen por otras proezas, por otros héroes, mientras un grupo de señoras bailan zumba. Doy vueltas en mi bicicleta Aurorita, papá me filma en super 8, tomo una cerveza con Pablo, camino rápido para tomar el 132, llueve, amanece, doy vueltas con mi bastón mientras la oscuridad brilla.

Estas pinturas, que continúo trabajando en la actualidad, están basadas en imágenes y vivencias que ocurren en el parque Rivadavia, a una cuadra de mi casa, en el barrio de Caballito, Bs As.